Al nacer, la vida le dio a Zhuangzhuang una de las pruebas más duras: su propia madre lo pisó apenas llegó al mundo. Los cuidadores del santuario pensaron que había sido un accidente, lo curaron y lo intentaron reunir con ella. Sin embargo, al poco tiempo, la elefanta volvió a atacarlo.
Herido, confundido y rechazado, el pequeño fue separado definitivamente. Esa noche, lloró desgarradoramente durante cinco horas, buscando el calor de una madre que nunca lo aceptaría.
Pero el destino tenía otro plan. Uno de sus cuidadores decidió convertirse en su verdadera familia: lo abrazó, lo alimentó y estuvo a su lado hasta que volvió a sentirse seguro. Gracias a ese amor, Zhuangzhuang creció fuerte, sano y rodeado de afecto.
Su historia nos recuerda algo esencial: la familia no siempre es la que te toca, sino la que te elige y nunca te suelta.